Sí, nos hemos mudado, no de ciudad, porque todavía estamos tan enamorados de ella como el primer día, pero sí de barrio y de hogar.
Un hogar mucho más luminoso, con más espacio, jardín, zonas verdes, kilómetros de carril bici que hasta puedes perderte en ellos (yo lo hice). Un río, su paseo, y todo un agradable vecindario que hacen de mis últimos días prevacacionales un remanso de paz.
Y eso que entre bambalinas aun seguimos preparando los últimos pedidos, a la par que colocando cosas en la nueva casa, pero esa parte una vez hecha la temible mudanza la disfruto como una niña con lápiceros nuevos, con ilusión y delicadeza.
Y así entre telares, hilos y cajas, apuro los días que darán paso a mañanas en pijama, tardes de sol y playa, y noches de terraza y cañas que terminarán viendo desaparecer las estrellas de madrugada.
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